martes, 27 de febrero de 2007

Diálogos en la Oscuridad

¿Qué es la luz? Un privilegio; ¿qué es la oscuridad? Un misterio…

Con esas palabras y algunas otras reflexiones escritas en una pared, culmina la exposición del Papalote Museo del Niño, Diálogos en la Oscuridad, en la que, al final del recorrido, el más grande misterio detrás de casi una hora de absoluta penumbra se revela, dejando ver (aunque no literalmente) que no hay misterio más grande que aquello que no podemos entender. Y es que, ¿cómo entender lo que se guarda entre el negro absoluto de la mirada y los colores de la imaginación de aquellos que ven con el resto de sus sentidos, su alma y su corazón lo que sus ojos les impiden?

Sin duda alguna esta exposición es un intento muy bien logrado de esclarecernos a nosotros, los ciegamente dependientes de nuestros ojos, lo que implica el no poder ver más allá de la negrura de nuestra pupila, y de dejarnos con una “visión” más real de lo que viven día a día los hombres y mujeres que ignorantemente llamamos “invidentes”.

La Real Academia de la Lengua Española define a los invidentes como aquellas personas privadas de la vista; invidentes fuimos los nueve individuos que entramos a aquel desconocido mundo de penumbra que conforma el recorrido de la exposición, aunque de esos nueve, sólo ocho éramos verdaderamente ciegos. Marco, un joven de 31, años fue nuestro guía a lo largo de las distintas salas y corredores a través de las cuales poco a poco fuimos despertando nuestros sentidos indiferentes a las sombras; siguiendo su voz, nos fuimos adentrando en un espacio que resultaba irónicamente desconocido “a simple vista”, pero que encontré reconfortantemente similar tan pronto mi olfato, oído y tacto, lograron asociarlo con la cotidianeidad de los espacios que recorro día a día. Así, de la mano de Marco, y con la ayuda de de los olores familiares de la tierra mojada, las frutas, la madera; los sonidos del agua, los automóviles y las aves, y las texturas de diversas formas, suelos y paredes, fuimos creando en nuestras mentes las imágenes de los lugares que cada una de las salas representaba: mercados, parques, ruidosas avenidas e incluso el mar, todo esto para finalmente comprender que la vista es una herramienta prescindible a la hora de percibir el mundo, pero que la imaginación es indispensable para llegar realmente a conocerlo.

Al llegar al final del recorrido, tras haber tropezado con abstractos obstáculos, tras habernos dado de topes en la cabeza (literalmente) tratando de anticiparnos fallidamente a lo que había frente a nosotros, y tras haber aprendido a observar el color de nuestras voces y a descifrar los gestos y expresiones que en ella se esconden, tomamos un pequeño descanso de nuestro caminar a oscuras, que de momento (al no poder percibir el tiempo) pareció durar una eternidad, y nos sentamos distribuidos en una banca a manera de medio circulo, para intercambiar experiencias. Resulta increíble la manera en la que la luz determina el curso de nuestras vidas, llegando incluso a marcar nuestro comportamiento frente a los demás…a oscuras no importa si no hablas de frente a quien te diriges, , no importa que no mires a los ojos, a oscuras no importa cómo vistes ni cómo te ves, porque a oscuras te ves como tu voz te dibuja y hasta una simple inflexión de voz puede llegar a decir que tan honesto es alguien, y que tan seguro está quien habla, del lugar en donde está parado. Al escuchar las palabras de Marco, su historia y los matices de su voz al relatarla, el significado de aquellas palabras iban quedando en un segundo plano, al igual que su aspecto físico, y en su lugar se iba dibujando en nuestras mentes la imagen de la esencia de un sujeto capaz de crearse la misma imagen mental de nosotros, es decir, capaz de ver nuestra esencia humana a través de los únicos ojos que desde hace años utiliza: los ojos del alma, los cuales (tal y como Marco nos demostró) pueden ver incluso en la más densa penumbra y atravesar hasta la más negra dificultad.

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